Aprendió a farfullar tantos lenguajes que su cerebro edificó una Torre de Babel desmesurada. Un hormiguero de palabras -incluso- hasta con doble sentido. Llegó, por fin, el momento en que sólo se entendía a sí mismo. Inventaba neologismos y cada nueva palabra era en sí misma un diccionario. Había que acabar con lo superfluo. Hubo que sacrificar mucho de hipérbole y redundancia. Se permitían las ideas y las blasfemias, los discursos, las plegarias…Mas las faltas a la Nueva Ortografía Ortogonal se pagaron con la vida. Durante unos lustros hizo perseguir implacablemente a quien hacía uso de la metáfora y mandó quemar en hogueras a los que usaban el don de la lengua nueva como si fuera un vil poema. Se sentó nuevamente la definición de blasfemia y sacrilegio.
Investigaba hasta el absurdo prehistórico las raíces etimológicas de su ficción para hacerla inexpugnable. Fundó la Academia Sublime del Habla Perfecta (ASHP). Era pues el lenguaje auténtico, sin sofismas, sin ambigüedades. Cada palabra era una integral definida en combinaciones eruditas de letras sin subíndices. Hablar era, en suma, pertenecer al nuevo mundo.
Dieciséis veces pasaron cuatro estaciones contando el año del huracán. Los seres más admirados eran los que alcanzaban a manejar –no digamos dominar después de muchos años- aquel idioma dado del hombre hacia los demás tampoco humanos. Los demás fuimos esclavos. Los que aprendimos las cuatro letras, las prohibidas. El resto yace ya en las grutas o en los cementerios.
Triste y silenciosamente
Sin previo aviso
Llegó al momento en que todo
Incluido el amor
podía expresarse con palabras.
Hasta Dios
cayó sin querer evitarlo
en las garras alfabéticas.
Y cada vez más bocas
emanaban más sonidos
Y empezaron
por hacer inaudibles
los murmullos
con las armas.
Y además con los puños
y después
llegaron a las piedras y a los palos
y a las lluvias atómicas
y a las cárceles donde se administraban
esas medicinas.
Pero nunca pudieron imponerse:
Los secretos
se susurraban sin sonrojo.
La voz
vociferaba en casi todos los oídos.
Eran los tiempos también
En que las gentes se alimentaban de palabras
bastante más que del oxígeno escaso de los aires.
Vino el tiempo también
De los más mutilados:
Los que negaron oír
Ensordecidos por esas visiones tan confusas
Equivocando rumbos y destinos, que es lo mismo.
Naufragaron
Y en la asfixia del agua inundando sus pulmones
Alcanzaron a oir
La última de todas las palabras.
Pero los niños
Los niños de Babel somos eternos
Pues hemos puesto una palabra en un papiro
Con esfuerzo
Y esto es sólo el principio.