Sin previo aviso, sin poder explicarlo, se encuentra uno llorando a todas horas, con lágrimas cáusticas, saladas y sinceras que empiezan a arar el rostro. Le arrancan la juventud. Le hacen arroyuelos, afluentes, meandros, cauces y riveras. Cañones colorados y de cobre. Lo horadan, lo moldean, lo arrugan, lo envejecen. Hasta que llega el día en que se desbordan. Y viene la inundación absurda de llorar sin causa aparente. Llorar con o sin gemido, pero por cualquier mínima cosa: un ala rota de un insecto. Un soldado enemigo que merecía morir pero que su madre necesita vivo para seguir viviendo ella. Un sabor salobre recientemente repetido. Una niña traviesa que se atraviesa varias veces en tu historia. Un asesino fiel a sus convicciones que se lleva por delante a varios inocentes inciertos de confesión o de creencia. Un atardecer ligeramente más nublado, casi triste. Un recuerdo feliz de una infancia remota en un lugar distante. Un olor. Una novia a la que quisiste y que te quiso y que no sabes dónde esté ahora ni por qué acabó la cosa entonces. Una fotografía raída que muestra a gente fuera del tiempo y de moda posando junto a un coche antiguo. La querías. Otra lágrima impertinente por inexplicable. La dejaste ir. Otro llorar como de lluvia leve inmerecido. Querías tocarla, no era amor. Lloramos más, pero somos más felices aunque más nos duela. Quién sabe con quién esté ahora. Otras veces, aguantamos ese gesto compungido y hacemos esperar el llanto. Creemos controlarlo. Ponemos cara de circunstancias. Quién sabe con quién sea feliz los sábados en la tarde. Pero nos gana, nos sorprende, nos invade y nos rebosa en el momento en el que más seguros nos sentíamos de soportarlo. A veces estamos ya bien, casi tranquilos. Y entonces una sola palabra trivial como estábamos hace que ya no estemos, o al menos no todos los de la foto. Y entonces acomete el llanto con rudeza. Y esta vez se trata de ese llorar sinvergüenza, cruel por profundo, desnudo y descarado por sincero; impúdico e incontrolable que te hace mierda porque te hace grande por dentro pero te envilece ante los que te importan.
Con los años
Publicado por Christian Fernández | Jul 29, 2018 | Artículos, Opinión | 0 |