Debe ser ley de vida que a los amantes siempre nos falte tiempo para estar juntos. Y tal vez sea un regalo tener que apurar los momentos y exprimirlos. Sacarle con alfiler cada segundo a los minutos. No debería ser de película, no. Debería ser normal. Te amo, me amas, estamos todo el tiempo el uno con el otro y, encima, hace un día precioso y tenemos dinero para gastar. No mucho, lo justo para darnos un capricho sin pensar demasiado en las facturas.
Pero es de película. Tenemos un gran amor. No diría yo tormentoso, pero sí un poco exagerado, un pelín jolivudiense. Tenemos a toda la audiencia esperando que llegue el minuto 72 en que follamos como dioses, como ellos no lo han hecho nunca, porque somos bellos, hay velitas y una dirección de fotografía de una chica polaca nueva, muy buena en lo suyo. Markova, algo… Sudamos y duramos más de dos minutos. Somos y hacemos estrellas. Aláh bendiga al cine. Y después de una hora y pico de conflictos, ausencias y el polvo magistral del minuto 72 al 81, que casi nos saca de las salas comerciales, la historia termina bien. O sea, que nos volvemos seres comunes y corrientes. Somos felices, y comemos perdices en un restaurantito económico camino de Jaén. Todos han visto la película, pero nadie nos conoce. Escupimos dos perdigones y reímos como niños. La crítica nos machaca vivos, porque ahora, si no mueren uno o los dos de manera virulenta, no se hace taquilla. Yo te acaricio el pecho mientras miro dentro de tus ojos verdes.
Estamos en el cine el día del estreno, pero no hemos entrado por la puerta grande ni hemos pisado la alfombra VIP. Otros reciben los aplausos. Servando se ve en el Oscar y lo merece más que muchos. Miles de flashes cegadores, a él le encantan. Alguien escribirá de nosotros en una revista mala “Los grandes ausentes”. No nos habíamos visto desnudos antes. Bueno, claro, muchas veces, casi todo el tiempo, pero no con esa luz traída de Polonia por Ekaterina Markova en un tubo de ensayo, ni con el spray de sudor de los franceses, que bordan estos detalles, ni con la cámara en la Dolly 2 que capta el movimiento de mi cintura en tu vientre, algo que yo no había visto nunca y que reconozco que queda bien mientras te beso y te meto mano en el cine como si tuviésemos otra vez quince y me olvido de la pantalla y del Goya y de la rueda de prensa.
Es hermoso ser dioses para otros y consumirnos en nosotros a los besos. Hemos hecho del besarnos la mayor obra de arte. Nos hacemos el amor con la boca, nos damos sexo con la saliva y con la lengua. Nos respiramos apurando el aliento. Somos artistas de darnos. No necesitamos tocarnos porque sabemos que estamos ahí, por fin, y nos tenemos. Están los cuerpos de celuloide a 28 cuadros por segundo repitiéndose, rítmicos, incansables. En la película, exigencia del guión, tenemos los ojos cerrados. Recuerdo que Servando insistía mucho en eso, y me desconcentraba; él sabrá, por eso está nominado.