Preparo las notas en clave con los nuevos códigos y aseguro meticulosamente los mensajes en un cartucho a cada pata. Les acaricio con suavidad la cabeza y pongo en la mano un poco de alpiste que devoran con avidez. Siempre están insomnes e inquietas. A la hora en punto destrabo la trampilla, revolotean nerviosas y parten hacia el frente. Sé que sólo algunas regresarán, e incluso heridas estarán prontas a remprender el vuelo. Cuando este infierno de guerra acabe pienso comprarme un barco y dar la vuelta al mundo entre cormoranes y gaviotas. De verdad aborrezco a estas estúpidas palomas.