Nunca imaginé tener que comerme un coco por hambre. Ni beberme su agua para aplacar la sed. Acostumbrado a que me lo sirviesen con una pajita en la piscina del hotel, lloré de desesperación durante las dos horas que me ha llevado abrirlo. Si la vida te da limones, haz limonada… Pero en este islote solo hay cocoteros y una charca. Devoro la carne blanca y gustosa. Con la panza llena puedo pensar mejor. Este medio cascarón me servirá de recipiente. Con los pelos prensados improviso un filtro para beber de la charca. Hago lupa con las gafas y consigo iniciar una fogata. Con los restos del cascarón logro en seguida una buena brasa. Pienso en hacerme un sombrero, tejerme una vestimenta, exprimir la pulpa para sacar aceite y protegerme de este sol abrasador. Si las cosas siguen así, ya me veo exportando coco a toda Europa.