A Mario Casas, que personifica a Francesc Boix, primero le deben dar unas clases de interpretación, y para este film en particular, de fotografía. ¿Dejar el papel en el revelador? Uffff. ¿Disparar una Leica una mano y moviéndola? Reuffff. ¿Leica sobre trípode? No imposible, pero recontraufffff.
Los decorados se me han hecho de cartón; el cadáver en el horno, de goma; la fotografía en general, paupérrima (Por favor, vean Der Hauptmann) y la dirección un desperdicio completo.
He encontrado un par de aciertos, como la escena del taconeo y las fotografías originales del cierre. Lo siento, pero no recuerdo ni uno más. Creo que se han cargado una buena historia. Con todo, merece la pena verla para conocerla. Y después recurrir a una buena biografía.
A ver, me veo en la obligación de aclarar que este no es un sitio de crítica cinematográfica ni literaria y que solo expresa mis impresiones personales. En pocas palabras, yo les digo si algo me gusta o no y por qué, sin ánimo ninguno de polemizar ni beneficiar o perjudicar con mis comentarios en ningún sentido. No hago reseñas, sólo comparto ideas.
En este caso, esperaba muchísimo más de la película y acudí al cine con una expectativa alta. Siento decir que no se ha cumplido. El argumento da para muchísimo más que lo que se ha logrado contar. No hay una gran tensión emocional ni introspección alguna en los personajes. El tema de los campos de concentración nazis contiene en sí mismo tanto dramatismo que cuesta aplanarlo. Y eso es lo que le sucede a El fotógrafo de Mauthausen, una película tan plana como el mismo celuloide.
Como fotógrafo, encuentro fallos, imprecisiones, falta de convicción: las cámaras que aparecen en la película son americanas y no alemanas: ¿Graflex, Kodak? Si bien no es imposible, me reservo el que en una Alemania que había declarado la guerra a los Estados Unidos estas cámaras fueran comunes. No había que esforzarse demasiado para encontrar una Agfha, una Rollei…