Era nuestro primer empleo como encuestadores y había que rellenar los cuatrocientos formularios a como diera lugar. A los que no estaban en casa, nos los saltamos. Con los que sí abrieron la puerta, Efraín no lo dudó demasiado: a todo el que no quiso facilitar sus datos lo dejó seco de un navajazo. Yo me encargué de anotar diligentemente el portal, piso y número y marcar la casilla correspondiente en el impreso. Está claro que un muerto ni sabe, ni contesta.