Había un hombre que caminaba una playa larga
De ida y vuelta, varias veces cada día
Andaba sobre sus pasos hasta que la marea los renovaba
Y lo hizo día tras día, durante muchos años
la playa lo conocía tanto que lo reclamaba, se puso de acuerdo con las olas y decidió darle algo
Dejó con la bajamar un corcho desgastado, unido apenas por un hilo a una red enterrada bajo la arena
El hombre había visto cosas dejadas por el mar toda su vida: botellas con mensajes, naufragios con moluscos, ahogados, tesoros de piratas y todas esas cosas que vomita el mar todos los días
A nada le prestó nunca demasiada atención, nada que perturbase su metódico paseo
Pero ese día, ni él mismo sabría explicar por qué
levantó el corcho y tras él los restos de una red desgastada por las olas
Tiró con todas sus fuerzas
Con la esperanza de encontrar tras el sudor del esfuerzo una mujer que lo confortara, aunque tuviese cola de pez y llantos eternos de sirena
La red pesaba muchísimo y sus músculos de hombre mayor se desgastaban
Después de horas de esfuerzo, ayudado por el cambio de la marea comenzó a emerger un enorme bulto metálico
Animado por el hallazgo siguió tirando y tirando hasta que pudo reconocer el objeto
Un gigantesco submarino alemán emergía de las olas, tapizado de algas
El hombre, empapado en sudor, pasó la mano por la frente y alcanzó a exclamar: Scheiße!
llegó a la taberna del pequeño pueblo de mar y comenzó a describir minuciosamente su relato
Sólo exageró un poco el tamaño del busto y lo apasionado de los besos
Los demás marineros asentían extasiados