Esta es una reflexión difícil y por tanto insegura. Desnuda.

La intimidad no reside en la desnudez, pues los padres han estado desnudos  frente a los hijos y desnudos los han concebido y visto sin parpadeo y acariciado sin pausa desde su primer encuentro con la vida.

Ningún recuerdo más maravilloso que el tacto del calor del cuerpo de mi bebé prematuro desnudo sobre mi pecho, latiendo insomnes juntos. La vida que casi me quitas es desnuda. Sólo la muerte es mortaja y maquillaje. No. Es una desnudez mucho más pudorosa y profunda que se rebela con el acercamiento de los años:  Nos aproximamos –prójimos- en el preciso momento en que dejamos de crecer. Crecer por fuera, claro. Cuando podemos ver a nuestros padres como contemporáneos. Algo más envejecidos, leve o profusamente más canosos o arrugados pero mucho más próximos que cuando niños o adolescentes. La desnudez es un maravilloso regalo, el del olvido del pudor inútil y el del rechazo de la vergüenza. Mostrarse sin máscara ni vestido, sin armadura ni disfraz, indefensos. Es el regalo de sinceridad más puro. Vuelta al origen. Vello claroscuro. Piel bella.

Es un fotógrafo reconocido por convertir la desnudez en arte. Y hacerlo con sutileza y maestría. No es un retratista de cuerpos juveniles y perfectos. Es un compositor de hombres y mujeres en estado de pureza, de defecto, de morbidez y arruga. Amasador de cuerpos en ritmo cósmico con el amanecer. Imagen de algo que pronto no va a estar. Testimonio de carne. Una sinfonía cósmica que une a la esencia con su destino.

La desnudez más nítida y sincera es la del cuerpo que olvida progresivamente su lozanía y adquiere su auténtica belleza. La imperfección, la diversidad, la variedad de edades, de tonos y de sexos. El desnudo es uno, el del humano confundido con la luz anaranjada y fría de un día nuevo. Un día a proteger en una imagen porque no regresará. Otros la mirarán en una pared y harán exclamaciones y dirán: “En verdad la ciudad se despojó de todo lo innecesario” “Nada más cierto que ese día en que fueron ciudadanos”.

Quitarse la ropa es un acto de renuncia. Tocarse con otros cuerpos es un acto de contacto con la raíz del ser humano, del ser, de la misma vibración cósmica que nos hace en los demás y por los demás. ¿Quién se atreverá a dañar una piel que es la propia piel extendida en los brazos, los torsos, las espaldas, los pechos y las piernas de otros? ¿Quién dañará a un ser tan débil, indefenso, desprovisto de todo? ¿Quién regalará su desnudez más cruda a una plaza, a una primera luz de un día? ¿Quién profanará con carne un símbolo de la patria, un templo, una plaza? ¿Qué dice el génesis de la obra de Dios? ¿Habla la Biblia de piel o de banderas?

Es un acto asexuado porque la sexualidad viene después, mucho después del encuentro de todos en uno solo. Una comunión de cuerpos sin fronteras. Nudismo no es broncearse a escondidas en una playa sino quemarse la piel frente a los ojos asustados de quienes se refugian tras cualquiera vestimenta.

La indefensión absoluta equivale a no agresión. Nadie ataca si se sabe en igualdad de no poder defenderse. Por ejemplo, de una mirada. Por ejemplo, de un insulto. Nadie domina descarnado ni desprotegido. De ahí el valor de arrojar las armas. Quedarse sin nada, como se nos trajo al mundo. Ecografía de un no nacido hecho múltiples personas.

Tocar sin manos una piel marchita a mi espalda, un brazo juvenil a mi lado, tacto y contacto con un desconocido sin nombre ni etiqueta. Sin condición social, ni estado civil, ni autoridad, ni propiedades. Un hombre, una anciana, un invidente, un niño, una adolescente, un pubis, un funcionario, una indígena, un hombro, un extranjero, un cabello, un enfermo terminal, una embarazada… yo.

Por una sola vez, un instante mágico, la igualdad de la renuncia a todo.

Menos a ser con todos.

La piel y la nada todo es uno.

Dos decenas de miles fuimos uno. Una piel.

En carne viva.