A Marisol Valles García

Hace 20 años nació una niña preciosa a la que sus padres decidieron tributar un nombre a la altura de la luz que emanaba: María del Sol. La niña creció en amor, dignidad y gobierno, como una especie de princesa Midas que iluminaba todo lo que tocaba. Lo hizo en el seno de una familia buena, concepto radicalmente diferente al ser de buena familia. El amor, que pone diminutivos para engrandecer a las personas, la llamó Marisol. Le puso un apellido común, pero noble, y la invistió de valor. Son esos juegos del destino que colocan a un ser especial en una circunstancia común, o a un ser común en una circunstancia especial y a partir de los que surge un cambio trascendental para muchos.

No sé nada de Marisol más allá de lo que aparece en las noticias. No necesito mucho más para quererla, admirarla, envidiarla sanamente y saber que haga yo lo que haga, jamás podría tener su valor.

En la escuela, Marisol aprendió a cantar el Himno Nacional. Estoy seguro de que más de una vez fue la elegida para la ceremonia de honores a la bandera. De que pensó y meditó sobre la letra que otros tarareaban sin reflexión y de que siempre supo quién era y lo que deseaba para ella y para los que amaba. Que ser mexicana no era el patrioterismo colorista del 16 de septiembre, sino el compromiso diario con una nación y un proyecto de futuro para su, nuestro México.

Probablemente sacaba buenas calificaciones. Tal vez se le resistiese alguna asignatura, pero aun así, se esforzaba. Porque las decisiones que tomaría María, María del Sol, Marisol… sólo son posibles desde el amor, la convicción y el sacrificio. El día que decidió ingresar a la escuela de criminología debió de ser difícil para muchos. Para ella misma, al aceptar que su esfuerzo se enfocaría a luchar contra el mal que agobia las gargantas de los mexicanos. Para su familia y seres queridos, al entender que este compromiso equivale hoy en día a saltar sin paracaídas desde lo más alto de un edificio de maldad y caos.

Marisol Valles García cayó en la parte más caliente del infierno, decidida a cuestionar a los demonios. La resplandeciente belleza de la joven enfrió el  ardiente mundo por tres días. Hasta los diablos más ancianos y resabiados quedaron deslumbrados. Pero uno de los ángeles caídos fue capaz de sobreponerse a la luz que inundaba los abismos y encontró la única fractura posible. Sus desdentadas carcajadas rebotaron por la gran caverna del averno. El propio Belcebú le preguntó la causa de su risa.

—Tiene un hijo,

—¿Estás seguro?

—Sí, es sólo que lo había cambiado de nombre para ocultarlo,

—Entonces es nuestra.

Bien es cierto que sabe más el diablo por viejo que por diablo y que la sabiduría dicta que una mujer se sacrificará a sí  misma hasta extremos impensables, antes que sacrificar al fruto de sus entrañas. Así que cuando a la lista de compañeros policías torturados y amigos masacrados añadieron el nombre de su bebé…  María, la  de la Luz del Sol, hizo lo que debía, que es recuperar la belleza lastimada, zaherida, violada, ofendida, amenazada, ultrajada, corrompida, extorsionada, secuestrada, engañada, frustrada, defraudada, vapuleada, sodomizada, desgarrada, enterrada, distorsionada, torturada, desconfiada, arrancada, desnaturalizada, confundida, deprimida…. Y ponerla a salvo.

Como hizo la madre de moisés al dejar al bebé flotando en las aguas del Nilo, el hijo de María, el hijo del sol azteca, el hijo de la belleza, el hijo de un dios que debe estar viendo lo que pasa y cuidando de ellos, vendrá, quizás a salvarnos.