Una mujer encantadora.
Marisa, quien por presión familiar había estudiado Económicas con tal de obtener un título y que sus padres dejaran de darle la paliza, había logrado retar al mundo entero y a la familia y estudiar lo que siempre había deseado: Criminología.
Con dos títulos bajo el brazo y 35 años, no había conseguido ejercer ninguna de las dos profesiones: una declaración de la renta por aquí, una investigación de infidelidad por allá, pero nada parecido a un trabajo digno, estable, con futuro, o con cualquier adjetivo de los que usaban sus padres.
Entonces se puso de moda el SEO y Marisa, nada tonta, no estaba dispuesta a perder ese tren. Se especializó en ScreamingFrog, en long tail keywords, en optimización de páginas web y en perfiles de LinkedIn. Nunca optimizó nada, pero nada lograría quitarle su optimismo.
Agotada, extenuada y exhausta, se había dejado el dinero y las pestañas en preparar una oposición para perfiladores de la Policía Nacional que, por tercer año consecutivo, no se convocó. Así que, con lo poco que le quedaba, se lió la manta a la cabeza y se compró de oferta un billete de ida en Skyscanner. Destino: Bombay. ¡A tomar por saco! Atrás quedaban los polvos esporádicos con Enrique y su sueño de revolucionar el mundo del arte recuperando la tradición de los recortables. Atrás los silencios de culpabilidad de papá y mamá. Atrás también la paella de los domingos, y los veranos en Denia, y las tardes de pipas y litronas de Mahou con los amigos en las escaleras del Postigo del Consuelo.
Tras incontables horas de vuelo, sin recordar con precisión cómo logró llegar al hotel en aquel taxi infame con su inglés de andar por casa, tiró la maleta sobre la cama y se miró en el espejo del baño: «Soy joven, soy guapa, soy Marisa López de Aínza y soy una fukin güiner».
No se veía muy triunfadora y sí con unas ojeras enormes, el rostro demacrado y una cara de lástima que conmovería a la mismísima Teresa de Calcuta.
En la recepción, un hombre con turbante que no paraba de rajar en sikh, le ofreció un folleto para turistas. No tenía mucho que perder y sí bastante por descubrir, así que reservó una cena con arroz al curry con pasas y danza clásica hindú.
Le sorprendió lo abundante de la cena. Las hermosas danzantes en saris al ritmo del sitar. Pero lo que más la sorprendió fue el encantador de serpientes. Aquella cobra asesina brotando del cesto y bailando hipnótica con el movimiento de la flauta. El juego ancestral del humano con la muerte. Ni Económicas, ni Criminología, ni SEO ni gaitas. Acababa de descubrir su más íntima y definitiva vocación: ser encantadora.
La historia posterior es difícil de rastrear. Se sabe que se formó con los mejores maestros de la India. Que sufrió terribles mordeduras que pusieron en riesgo su vida. Que se convirtió en una semidiosa. Que abrió un perfil en LinkedIn donde compartía sus secretos si escribes «COBRA» en los comentarios y que hizo fortuna vendiendo cursos online de encantamiento.