Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas. Limpio las jaulas, les pongo la comida y marco la hora en la tablilla. Cuando presienten la llegada de los veterinarios algunos se ponen violentos, aúllan y enseñan los colmillos. Otros me observan buscando una mirada compasiva, aunque parecen entender que yo sólo soy el cuidador. Un sexto sentido les dice que serán las víctimas del próximo experimento. El que más me conmueve es El Turco: ha pasado por tantas inyecciones y descargas eléctricas que parece insensible a todo. Es un mandril viejo y sabio. Hoy me tomó la mano. No sé, tengo la sensación de que está tramando algo.