Cartel de la película Oppenheimer

Christopher Nolan, un maestro de la narración cinematográfica, nos lleva en un viaje fascinante con su obra más ambiciosa hasta la fecha: «Oppenheimer».

En medio de las explosiones de misiones imposibles y las aventuras de arqueólogos intrépidos, Nolan se sumerge en la recreación de la detonación de una bomba atómica sin recurrir a efectos digitales.

Sin embargo, lo que hace destacar a «Oppenheimer» no es la escena espectacular que todos esperan, sino la intrincada historia del padre del armamento nuclear.

 

La película es un biopic convencional sobre J. Robert Oppenheimer, pero simultáneamente es un thriller bélico que funciona como una carrera contrarreloj. Se convierte en un drama judicial, una caza de brujas contra el espectro comunista, y un estudio controversial sobre si el fin justifica los medios y la moral humana existencialista. Todo esto, por supuesto, lleva la firma inconfundible de Nolan, evidente en la construcción magistral del guion, donde hasta el diálogo más mínimo se trata con la épica de mil batallas.

La música zimmeriana de Ludwig Göransson acompaña cada paso de esta odisea, intensificando la experiencia cinematográfica. La ambigüedad argumental y ética mantiene la tensión a lo largo de las tres horas de metraje, sustituyendo las espectaculares piezas de acción de las obras anteriores de Nolan. Sin embargo, en la película también se refleja la tendencia del director de relegar a roles casi insignificantes a los personajes femeninos, interpretados por Emily Blunt y Florence Pugh, a pesar de que cumplen por encima de las expectativas.

Escena de la película Oppenheimer

A diferencia de «Tenet», «Dunkerque» e «Interstellar», donde los héroes sacrificaban sus vidas por el amor y el futuro de la humanidad, «Oppenheimer» da un giro. Las vidas sacrificadas por el «bien común» son las de inocentes, y la película plantea dudas sobre si realmente se evita un oscuro destino para la humanidad al perpetrar tal genocidio.

“Es imposible saber cuál habría sido la reacción de Oppenheimer si hubiera sabido que la víspera del bombardeo de Hiroshima el presidente sabía sin duda alguna que los japoneses «buscaban la paz» y que el empleo militar de las bombas atómicas en ciudades era más una opción que una necesidad para terminar la guerra en agosto. Lo que sí sabemos es que, después de la guerra, Oppie llegó a la conclusión de que la información que tenía era confusa, y ser consciente de ello le sirvió como recordatorio de por vida de que, en adelante, era su obligación mostrarse escéptico ante lo que le dijeran los funcionarios del Gobierno”.

La película se sumerge en la mente de J. Robert Oppenheimer, interpretado de manera magistral por Cillian Murphy. Sus reflexiones sobre el alcance devastador de su obra se entrelazan con citas del Bhagavad-gītā hinduista, creando una experiencia cinematográfica rica en significado. La desesperanza del personaje de Murphy contrasta con las ansias de poder de los títeres gubernamentales, encarnados por un impresionante Robert Downey Jr., que domina el tercer acto.

Cillian Murphy protagoniza Oppenheimer

«Oppenheimer» representa el intento de Christopher Nolan de ascender al Olimpo de Hollywood, apartándose de los artificios efectistas de guion. Sin embargo, la película puede ser recibida de diferentes maneras. Algunos la verán como un arma de destrucción masiva que bombardea los sentidos, mientras que otros la percibirán como fuegos artificiales: vistosos pero inofensivos. Independientemente de la interpretación, «Oppenheimer» es, sin duda, un hito en el cine contemporáneo que desafía las expectativas y redefine los límites de la narración cinematográfica.

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