Al ver a Julito en la cama con esa chica, comprendí que a mí ya nunca me abrazaría como antes. Ya no volvería a ser su inseparable compañero de juegos. No me necesitaría más para dormir, o torturarme, o simplemente saberme ahí cuando le entrase miedo. Recordé fugazmente aquél día en que la familia no podía salir de viaje porque no lograban encontrarme. Miré mi barriga despeluchada, mis patas renegridas, la etiqueta arrancada. Justo por ahí se me estaba escapando parte del relleno. Claro que eso nunca podría doler tanto como el decir adiós al amigo de toda la vida.