Odio que cuando dejo caer la bata y me meto desnuda en la fuente para sentir el roce de los peces de colores en las pantorrillas, suene ese aborrecido silbato y quieran sacarme del agua por la fuerza. Esta vez estuve a punto de lograrlo: fingí que me tragaba las pastillas y las escupí en la maceta del corredor. Logré contener la respiración durante al menos dos minutos. Esperé el momento oportuno durante casi dos semanas. Anoche sentí que por fin volvería a ser Nereida. Pero el maldito celador no me quitaba ojo de encima. Lo volveré a intentar mañana.