La sala de baja gravedad se encontraba justo en el centro del Museo de Arte Moderno y Diseño. Era una gran habitación de paredes blancas y techo muy alto. Las dimensiones no eran, sin embargo, exageradas; digamos… unos 30 metros de largo por otros 20 de ancho. Tal vez 15 metros de altura, lo suficiente para circular sin tropezarse con los demás visitantes, no más de una docena de personas de aspecto intelectual, es decir, ropa oscura y simple, cabello lacio, gafas, piercing o arete y quizás un bloc de notas. Algunos tomando fotos con el móvil, algo que nunca entenderé.

Las paredes exhibían obras actuales de mucha creatividad e ingenio. Se notaba el talento tanto de los artistas como del curador. Cuadros de gran formato que no recuerdo muy bien, sólo que me gustaron, y dos instalaciones muy extrañas. Del otro lado estaban las vitrinas con originales artilugios: algunos altamente funcionales. Otros, meramente decorativos, pero totalmente innovadores en su concepción y desarrollo.

Pero lo mejor era acercarse al centro de la sala, totalmente despejado. Al aproximarse se comenzaba a percibir una fuerza similar a la de dos imanes repeliéndose por el mismo polo. Una sensación realmente nueva y agradable. Con un pequeño impulso podía sujetarme unos segundos en el aire y descender varios metros más allá. Lo intenté un par de veces, cada vez más confiado. Una de las señoras se me acercó muy sonriente y me dijo que no tuviese miedo, que no iba a caerme. La vi flotar con soltura en el vacío y me decidí a impulsarme con todas mis fuerzas. ¡Ah, qué maravilla! Ascendí casi hasta la bóveda transparente del salón viendo cómo las figuras se empequeñecían al nivel del suelo. Me mantuve flotando ahí un instante mientras notaba que la gravedad, aunque leve, me atraía de nuevo hacia abajo. Volví a rebotar en el piso con fuerza y ascendí de nuevo rápidamente. Corregí mi postura y noté cómo podía controlar el suave vuelo con la posición extendida de mis brazos, imprimiendo giros con un sutil movimiento de la mano.

Otros visitantes se habían animado a hacer lo mismo y flotaban a mi alrededor. Todos intentábamos esquivarnos en la ruta no trazada de ese volar calmado en que pareciéramos más peces en un acuario que aves. Me di la vuelta hacia el otro lado, intenté volver a conectar el sueño, pero ya no me fue posible.

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