Marlene caminaba con lentitud por el laberinto de corredores y estantes de la biblioteca, acariciando sutilmente el lomo de los vetustos volúmenes, como quien recorre la espalda de un amante. Se decidió al azar por un tomo de plantas medicinales. Lo colocó sobre la larga mesa de caoba alumbrada por una hilera de lámparas. Sopló encima de la cubierta y el polvo de los años flotó como purpurina con la luz de ámbar. Lo abrió por una página cualquiera aspirando el aroma abarquillado del papel pacientemente curado por el tiempo. El nombre la intrigó: Centáurea de Oriente.