Los padres de Estela insistían en recuperar a su hija de las redes de aquella siniestra organización, pero es lo que tienen las sectas: una vez que entras es muy difícil salir; más aún, querer salir. Estela insistía en que era feliz y que lo último que deseaba era volver a lo que sus padres, ingenuos ellos, llamaban “El mundo real”. Así que siguió recolectando colillas, papelitos de chicle y anillas de lata de refresco para el gurú sin que aquella estúpida sonrisa se le borrase de la cara.