Una niña de nueve años elige el subsuelo para vivir. La protección de la oscuridad. Ni siquiera la de la noche, sino la más animal, la de no ser vista. Ser pisoteada por los que caminan por encima, pero sólo a ratos y sólo metafóricamente, no como cuando sale a pedir al semáforo y los coches y los hombres parecen querer arrollarla. Tener como mejor amiga a una rata, ponerle de nombre Turquesa y convertir en ventana la ilustración de la palmera verde de una caja de fruta que con sumo cuidado ha colocado en la cloaca.