Carlitos no era tonto, pero sólo él lo sabía. Desde dentro de su valva de molusco podía comprender que su arrítmica manera de andar, sus babas, los movimientos incontrolables de la cabeza y las rayas circulares sin fin de su cuaderno fueran indescifrables para los demás.
La gran paradoja de la parálisis cerebral es que lo altera todo, menos el pensamiento. La cáscara lo protegía. Parecer tonto, tiene muchísimas ventajas. Por ejemplo: poder pensar con libertad, ir a misa y permitirse ignorar todo, incluso a Dios. Mirar dentro de la gente desviando la mirada. Poder escribir, en lenguaje de círculos, lo que se quiera.
Caminar por el pueblo y dar explicaciones ininteligibles a los franceses sobre cómo llegar a la playa. (Algo les sucede a los franceses: siempre bajan la ventanilla y le preguntan al tontoelpueblo cómo ir a donde sea. Por eso no han llegado nunca a ninguna parte.)
Carlitos sabe que el dolor del hombre es la culpa y ha aprendido a leer el gesto adolorido de todos. Si le preguntasen, podría a media lengua liberarlos de su carga, pero sólo le compran cuadernos para seguir escribiendo círculos concéntricos. Cada vez más perfectos.