Le cubrieron la cabeza con una bolsa de lona negra.  Lo subieron a empellones a la camioneta y le dijeron que si abría la boca, lo mataban allí mismo. Obedeció. Durante todo el trayecto se esforzó en controlar el temblor. Recordó a Nuria en la Universidad, a Nuria en la playa, a Nuria en la cama todo el fin de semana. Recordó también cuando Nuria estuvo enferma y él estaba lejos y no pudo ir a verla. El frenazo lo proyectó hacia adelante. “Bájate, cabrón” le gritó uno de los sicarios. Lo arrojó del coche. Escuchó a la camioneta alejarse. Beatriz, su esposa, había pagado el rescate.