Su Ilustrísima dudaría entre la excomunión o la bula pontificia, más una jugosa dote. Nadie se habría atrevido a poner sobre el lienzo tales dosis de armonía, sensualidad y belleza. Una combinación tan perfecta que los doctores de la Iglesia se debatirían durante largas jornadas en ácida discusión sobre si era una obra inspirada por Dios o una manifiesta invitación a la concupiscencia. El maestro Bartolomé Esteban esperó el veredicto pacientemente y no sin cierta dosis de temor. El comentario del cardenal lo dejó de piedra: “Bien, hijo, bien; pero ¿no crees que le sobran un par de angelitos?”