A Salomón Hobster le han encargado entregar el gran salmón disecado en casa del señor Aronson. Se siente tan tieso por el frío como el rígido animal. Toca el timbre esperando que abran pronto. Nada. Insiste. La nieve aún permite ver los números. Pronto atardecerá, se levantará el viento y tendrá que volver a casa en medio de la ventisca. Salomón puede entender que la gente se coma un pescado, pero no que cuelgue un bicho muerto en la pared. Prueba otro número. Comienza a sentir los pies helados.