Saludé a Jim con el pie, como diciendo ¡Hey! ¡Estoy aquí! Pero con la misma dejadez con que él me besa cuando llega a casa. Hasta puse el cigarrillo en el cenicero y me quité el auricular del walkman por si decía algo, pero se limitó a darme esa sonrisa fingida de “Hola, cariño, todo está bien”. Ya no me hace caso. Habla menos que la tele y si yo pudiera, también le apretaría al control para dejarlo mudo del todo. Antes, me reclamaba el que me fumase sus cigarros. Ahora ni eso. Vive en el cuarto de invitados y lo llama “su oficina” para esconder que no tiene trabajo desde hace meses. Los dos evitamos el dormitorio y todo lo que antes significaba, así que yo prefiero el sofá y una revista y él el trayecto de la cocina al ordenador.
(Homenaje a Raymond Carver, Después de los tejanos)