Pégoud apuntó su guante de cuero hacia el biplano con enseña alemana que acometía contra Fonk. El tableteo de la ametralladora se mezcló con el estruendo del motor, ensordeciendo el cielo y moteándolo de mortíferas nubecillas negras. Los dos pilotos pusieron en práctica una maniobra nunca antes ensayada: “La Locura de Ícaro”. Haciendo caso omiso de las balas, ambos se abalanzaron frontalmente sobre el avión enemigo. Un segundo antes del contacto, giraron con brusquedad el timón, llegando perpendiculares a su aparato. El alemán caía en picada envuelto en denso humo. Habían logrado su propósito: le habían cortado las alas.