La ventisca se desató en cuestión de minutos. Primero, las nubes cambiaron de color y se tornaron oscuras y amenazantes. Enseguida, se notó un drástico descenso de la temperatura. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos envueltos en una tempestad desaforada. No podía ver a ninguno de mis compañeros. Ni siquiera podía ver mi mano si la alejaba un poco del cuerpo.