“Creo que le has gustado”, le dijo con malicia el perro pastor. Entre todas las churras del rebaño, Whitney era la única merina y para más inri, extranjera. Neozelandesa, que ahí es nada. Y en Trujillo… imagínate. Con mucho sacrificio, Justo había logrado ahorrar lo suficiente para importarla e incorporarla al rebaño, con la esperanza de cruzarla y mejorar la raza. El aprisco hervía en comentarios sobre el extraño acento del balido de Whitney, su lana resplandeciente y su cara de susto. Cuando el portillo de madera se abrió con un chirrido, todas las demás sabían lo que sucedería: “De ésta sólo sales trasquilada”.