Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido. Se lo había prometido a mamá en el tren a Westerbock. Juré sobrevivir y regresar a por ti. Ella sabía que no volveríamos a vernos. Pero logré regresar, intentando encontrarte en algún lugar de la casa. Todo estaba dolorosamente limpio, vacío y blanco. Creyeron poder borrarnos, Ana. Hacer como que la habitación de atrás nunca hubiera existido. Que ninguno de nosotros existió jamás. Fue entonces cuando Miep me entregó tu diario, pequeña mía. Y yo entregué tu valeroso testimonio al mundo. También le había prometido no llorar. Pero ya a oscuras, y a solas contigo, no pude sujetar más lágrimas.