¿Cómo se llamaba? Lo odiaba porque corría mucho más que yo y nunca fui capaz de atraparlo. Me robaba la merienda, los indios, las canicas. En realidad me robaba la dignidad burlándose de mí en el patio, frente a todos, confiado en unas piernas ágiles a las que un gordo inútil como yo jamás podría retar. Años después creí reconocerlo en las eliminatorias de los Juegos Olímpicos. Se apellidaba Sal. Era él, sin duda. Deseaba estar seguro: Le golpeé tres veces con el bate en cada rodilla. Con todas mis fuerzas de gordo. A juzgar por su expresión, él tampoco recordaba mi nombre.