Tenía que elegir entre sonreír o estar serio antes de abrir el portón, porque a cuarenta y tres bajo cero cualquier gesto que pongas, queda. Al abrir la puerta del barracón, todos los dragones le recorrieron por dentro. Se le salieron por la nariz y lo acariciaron por fuera. Primero, sintió que le quemaban, e inmediatamente después que le sellaban la boca. Justo antes de decidirse a salir Chong estaba pensando algo, pero el aire detuvo todos sus pensamientos. Por treinta dólares al día, Alaska, sin género de duda, es mucho mejor que un arrozal de Jiangsu.