La cena se estaba enfriando. Llamé por enésima vez a los niños. Los llamé a cada uno varias veces por su nombre, en ese tono severo que hace un niño comparezca de inmediato o sabe que enfrentará un castigo. Nada. Busqué por todos los rincones de la casa: bajo la escalinata donde solían esconderse, en el armario del baño, en la alacena de la cocina. Nadie. Grité y amenacé hasta quedar ronca. Me tiré derrengada sobre el sillón y creí escuchar la voz de mi marido recordándome que los niños habían crecido, se habían casado y se habían ido lejos. Que ya me fuera a dormir. Que pronto volveríamos a estar juntos.
Todos juntos
Publicado por Christian Fernández | Sep 9, 2018 | Microrrelato | 0 |