No sabía muy bien que había hecho esa tarde, pero el hecho es que volvía a estar castigado. Debió de ser porque puse otra vez el tenedor a la derecha del plato. O no, ya sé: porque no emparejé bien los calcetines. Pero no, eso fue el otro día…  Creo que ahora fue porque me sequé las manos con la toalla de las visitas. ¿O porque no me las lavé bien antes de comer? El caso es que volvía a estar en el armario y ya me iba acostumbrando al olor a naftalina. Juré que cuando fuera grande sería juez.