Tanto va el cántaro a la fuente que algún día había de pillarnos en plena acción. Isabel, mi mujer, es una de esas ejecutivas acostumbradas a tenerlo todo rigurosamente controlado, pero podía regresar sin aviso de un viaje de negocios por un retraso en su vuelo. O aparecer inesperadamente para darme una sorpresa de aniversario. Podía interrumpir nuestro pase privado de lencería de lujo por el simple olvido de un documento. Pero el destino juega a las cartas con los ojos vendados. Entró como si nada y me dijo: Tú observa con atención, que le voy a enseñar yo a ésta cómo se hace.