Se sentó en la mesa de la esquina ocupando tres asientos y ordenó una gran fuente de angulas, caviar iraní, cangrejo de Alaska y dos botellas del champán francés más caro que tuviesen.

El camarero miraba atónito al extraño visitante sin atreverse a decir que en Casa Toño sólo se sirve conejo con arroz y vino de la casa. Tomó impertérrito la comanda, se puso el boli en la oreja y se dirigió a cocina.

En sus cuarenta años sirviendo mesas creía haber visto de todo, pero nunca había entrado un cliente desnudo, de color naranja chillón y mucho menos de tan refinado paladar.