El rostro castigado y sudoroso de Aquiles Mendieta, el Topo, se le hizo el más bello del mundo. El le había dicho “Tranquila, amor, respira, que yo te saco”. Ella tenía la boca tan seca que sólo podía asentir con los párpados. Esperó. Muchísimo. Murió y resucitó varias veces hasta que la cegó la luz de la mañana cuando empezaron a retirar los escombros. Llevaba tres días enterrada y tenía todo el cuerpo entumecido. Cuando lo cuenta, al lado de la foto de Quilín, que se murió en Haití rescatando negritos, recuerda que lo único que le dolía era la aguja que seguía atravesada en su dedo cuando el mundo se les vino encima. Y haberse perdido el capítulo de su telenovela.