To my family and my mother and my three precious daughters, I love you all.  And to my brother and sister for standing with me throughout this situation.  Stay strong and know that I’m in a better place.  I ask for forgiveness.  And to the victim’s family, find peace and cancellation with my death and move on.  Our Lord Jesus Christ, I commend myself to you.  I am ready.

—Estoy preparado.

Dos palabras fueron la últimas, justas y necesarias de Farley Charles Matchett antes de encarar la camilla en forma de crucifijo, con dos extensiones en las que las correas sujetaban sus brazos.

El toxicómano afroamericano de 43 años de edad, condenado por secuestro y asesinato con cuchillo y martillo, tras intentar robar una vivienda en 1991, recibió la inyección letal a las 18:09 horas del martes 13 de septiembre de 2006 en la cámara de la muerte de la Unidad Carcelaria Walls en Huntsville, Texas, y fue declarado muerto siete minutos después.

Lo que sigue a continuación es la crónica de esos siete minutos.

No estoy preparado. Nadie puede prepararse para la muerte. Tal vez un viejo cansado y enfermo. No un hombre en el ecuador de la vida. No para una ejecución. Jesucristo, faltan cinco minutos pero pesan como cinco toneladas. Tengo que decir una postrer mentira para que mis hijas puedan vivir en paz sin arrastrar mi cadáver a todo lo largo de su existencia. Tengo que mentirle a mis hermanos para que cuando mueran lo hagan tranquilos, sabiendo que hicieron más que lo esperado. Cuatro minutos, doce segundos. ¿Por qué se detiene el tiempo?. ¿Por qué esta crueldad de alargar las manecillas del reloj blanco, enorme, que insulta al tiempo? Yo lo hice. Ya no puedo cambiar las cosas. O tal vez no era yo, era el animal con costra de cocodrilo que se había metido por mis venas y se asentó allí, reclamando alimento con violentos coletazos. Tres minutos, cincuenta y nueve segundos.  Le pusieron una ventana digital al reloj enorme de largas manecillas para hacer el paso del tiempo minucioso, exasperadamente lento. Puedo oler los segundos con sus décimas, con sus matices de aroma, paladearlos, retenerlos. Dos minutos, veintitrés segundos. El émbolo de la jeringa azul descendiendo a cámara lenta. Le seguirá la jeringa naranja y después la gran inyección blanca, más lenta aún, más efectiva. La que me llevará a un lugar mejor.