El mago ordenó que le pusieran una venda en los ojos.  No se había ofrecido voluntario, lo subieron al escenario a la fuerza, pero con todo el público gritando y aplaudiendo tuvo que ceder. Dos bellas señoritas, ligeras de ropa, lo vendaron, le pusieron unas esposas y lo tumbaron sobre la mesa. El mago lo cubrió con una capa de terciopelo rojo. En el teatro se hizo un silencio total. Mientras el serrucho lo partía en dos tuvo tiempo de pensar que a él, la verdad, nunca le había gustado la magia.