El abuelo se aparecía todos los viernes. Mamá lo resucitaba a besos y la mucama recogía la ropa. Los ancestros de los cuadros comentaban entre sí las noticias de política mientras el grifo del cuarto de baño goteaba hacia arriba, formando una mancha de humedad  en el techo que no se quitaba con nada. En el cuarto de visitas el sol entraba y ya no salía nunca, por lo que la habitación resplandecía y siempre estaba tibia. Del teléfono de la salita brotaba una melodía clásica que terminé aprendiendo de memoria. Recuerdo con tanto cariño ese caserón en el que crecí que decidí congelarlo en el tiempo.