Era lo único que podíamos hacer por él, dadas las circunstancias. Bajarlo en una chalupa aprovisionada con una garrafa de agua dulce y algunas galletas saladas. Si un capitán promete tierra, tierra ha de dar. O buscarla por su cuenta. Ese es el único argumento de los amotinados. Los oficiales, al menos por ahora, hemos logrado salvarnos, pero al capitán sólo le han permitido elegir entre mar u horca. A escondidas le hemos metido un hatillo con el sextante, un aparejo, una Biblia. Y la pistola, la yesca y el fulminante por si decide hacer la inexorable travesía un poco menos angustiosa.