No iba a resignarme a ver mi lancha desde los pantanales. El banco me la tenía inmovilizada y bajo precinto en el muelle de aduanas. Este año me habían llovido las deudas y si no liquidaba la totalidad del crédito en tres días, me embargarían la Descarada.  En realidad, había tomado la decisión antes de ir a suplicar a la sucursal. Siete décadas de mar te convierten en un auténtico lobo, aunque sea cojo y plateado…  y hace mucho que se me pasó la edad de humillarme. Pagué el soborno al vigilante, rompí el precinto, cargué diesel hasta los topes y emprendí la última singladura con el amor de vida.