Papá intentaba disimular, pero muchas veces le ganaba la tristeza. Sobre todo, cuando al levantarse miraba el lado izquierdo de la cama sin deshacer. Y luego, por la tarde, cuando llegaba a casa, colgaba la gabardina y gritaba “¡Julia, ya llegué!”, olvidando que mamá llevaba muerta varios meses y recibiendo el silencio como única respuesta.  Sin embargo, siguió haciéndolo hasta que al pobre se le fue del todo la cabeza y hablaba con ella a todas horas. A veces me entra la duda; terminé por creer que de verdad mamá le contestaba.