el Griego sabría que había descubierto los restos auténticos de la nao capitana. Y soltaría el par de millones que hacían falta para iniciar el rescate. Donato tenía la prueba que necesitaba: una culebrina de bronce, cubierta de adherencias, pero que permitía leer el nombre del barco. Y el croquis con la ubicación exacta del galeón más codiciado de todos los cayos de Florida. Había levantado de memoria el plano del naufragio y sólo había cambiado las coordenadas para que fuera imposible localizarlo sin su ayuda. Tenía todo controlado, salvo que esta inmersión, a sus setenta años, sería la última.