Dio otro bocado desganado, arriesgándose a otra regañina por tardar horas en comer. Pero no tenía hambre. Sólo podía pensar en Karina y en que hoy, el día de su primer beso, era el más feliz de su vida. Miraba al techo como si fuera una gran pantalla de cine en la que se proyectaban las más románticas escenas. Desde el día en que por fin se decidió a declararse hasta el momento del breve encuentro a escondidas. El grito de la maestra lo volvió a la realidad. El pobre Javi brincó en la silla y se atragantó con el muslito de pollo.