Las telarañas unían como un velo los lienzos apilados uno sobre otro. El primer cuadro mostraba una mujer desnuda, madura, un poco gruesa, a grandes trazos, sin terminar. Estaba hecho con gran maestría, tal vez se apreciaba cierta urgencia y luego una total desgana. No se me hizo difícil suponer que el resto de los cuadros eran desnudos de la misma mujer. Gérard vendía toda su obra en lote, al peso, todo por un solo precio. Entendí que las telarañas eran una mortaja. Evité, como pude, abrazarle. Al salir dejé unos billetes en el bolsillo de su abrigo, aunque sé que se dio cuenta. “Lo siento maestro, no es lo que la Galería está buscando ahora”. Bajé por la escalera a toda prisa dejándole con la palabra en la boca, temiendo que a pesar de la edad su mirada pudiese alcanzarme. Necesitaba con desesperación llegar a casa y besarte.