En algún lugar de Gaza
al-‘arb`a’: 17. Muharram 1430
Todo el agradecimiento y alabanza sean dados a Alá y la paz y las bendiciones sean dadas a Su Mensajero.
Esto es doloroso, Yasin. Y sé que lo será aún más para ti que para mí. Pero sé también que tanto tú como madre y los niños terminarán por entenderlo. Cuando leas esta carta ya habrá sucedido todo y yo estaré entrando en el sagrado jardín de Al-Jannah. No es un acto de valentía. Es un acto de amor. Tú sabes bien cuánto amé siempre esta tierra árida y blanquecina pero nuestra. Nuestra, Yasin, esposo; de la que nacimos y que nadie nos va a arrebatar. Lo juro. Nadie.
Estoy decidida. Fui a la mezquita y pedí consejo al Imán Farouk Al-Qaradawi. Él dice que me debo antes a mi patria que a mi familia y que si recibí el llamado para dar la vida por mi pueblo, debo escuchar la voz del Todopoderoso. “Cuando el enemigo ataca nuestros hogares y a nuestras familias, la Jihad se convierte en el Sagrado Deber de cada uno. Irá la mujer sin el consentimiento del marido y el hijo sin la autorización de los padres; el sirviente sin la aprobación de su señor y el empleado sin el permiso de su patrón”. Esas fueron sus palabras. Dijo también que mi sacrificio será el mayor acto de devoción y que Alá lo verá con buenos ojos.
“Hasta el fin” ¿recuerdas? Lo repetíamos cada vez que nos despedíamos en la universidad. Recitábamos aquel verso del Corán que decía “Y entre toda la humanidad destaca aquel que se sacrifica a sí mismo, buscando complacer a Alá; Y tendrá Alá compasión de su bondad”. Ese otoño llovía imparablemente en Londres y tú me cobijaste bajo tu paraguas. Me besaste por primera vez. Casi no hemos vuelto a ver llover desde que regresamos aquí. Éramos más jóvenes y sentíamos que el fin no iba a llegar nunca, pero para mí es hoy. En unas horas. La vida acaba de súbito, como la lluvia, y una estación nueva comienza para que la vida renazca y continúe. Sé que desapruebas mi decisión, pero te suplico que la respetes y te esfuerces en comprenderme. Ya no hay vuelta atrás. Tú debes seguir luchando por la Causa de Alá con las armas que Él te dio y que siempre usaste con tanta destreza: la palabra, Yasin. Tu voz y tu escritura. Prométeme que no dejarás el periódico y que harás llegar nuestro grito de dolor y nuestro reclamo de justicia a todos los rincones de la tierra.
No permitas que nadie me llame suicida. Amo la vida. Te amo a ti y amo a mi patria libre. No quiero que nuestros hijos crezcan tras de ningún muro, ni bajo ningún pie, ni cacheados en ninguna fila, ni ocultos en un sótano soportando un bombardeo. Luchamos en defensa propia y nuestra lucha es legítima. No sería capaz de volverte a mirar a la cara si no tuviese ahora el valor para hacer lo correcto.
He sido la mujer más feliz y más amada, la madre más bendecida con nuestros cinco hijos. Despídeme de ellos y sólo permite que lloren a su madre los pequeños. Sheikh va a cumplir los catorce, ya es casi un hombre y como hicimos nosotros, pronto se unirá a los fedayín. ¿Sabes? Ayer me miró de una forma extraña, penetrante, pero no dijo nada. Me dio la impresión de que sabía algo, o lo sospechaba. Nunca, ni en el Cielo, olvidaré esa mirada. Andaleeb es hermosa; ya tiene edad para casarse y darle muchos hijos a nuestra Guerra Santa. Faysal y Mahmoud deben estudiar la Sunna en la escuela islámica y crecer como hombres bondadosos. A Miriam, mi adorada pequeñita, la cuidará Andaleeb. Como ves, tengo todo pensado.
También te pido que no vuelvas a llamarme Samiha. Ese fue mi nombre sobre la tierra, el que repetías mientras me mirabas dulcemente a los ojos. A partir de ahora me llamarás Um Farahat, mi nombre de guerra, y pedirás a todos que se refieran a mí por él. Cuando haya muerto ya no seré más tu esposa, sino tu hermana en el Islam. Te conozco e imagino que no buscarás otra mujer, pero si encuentras nuevamente el amor recíbelo con el alma, Yasin. Yo estaré contenta de verte feliz y acompañado en tu vejez.
Estoy tranquila. No tengo miedo y tú no debes tenerlo. Hago esto para que nadie más en nuestra amada patria viva con miedo. No dejes tampoco que nadie manche mi nombre. Atacaremos a militares armados, como los que nos humillaron en Ramala, los mismos que intentaron violarme, los que te golpearon hasta dejarte en esa silla de ruedas. Soy una orgullosa combatiente de Al Aqsa, no una terrorista. Lucho con las únicas armas de que disponemos y si no las tuviera pelearía con mis propias manos. Llevo mi cuerpo envuelto en una gran cantidad de explosivos y procuraré causar el mayor daño al enemigo. Pero no te inquietes: me comportaré en todo momento como una esposa digna y discreta, de la que estés siempre orgulloso. Estaré debidamente cubierta por mi hijab y ni siquiera en el instante definitivo me expondré a los ojos infieles.
Mis funerales durarán tres días. La milicia me rendirá honores desfilando por Hebrón. Todos verán mi fotografía en Nablus, Balata, Ni’lin, Qalquilia… Seré recordada en toda Palestina y honrada por las generaciones venideras. Tal vez un día Um Farahat esté dando nombre a una calle en Jerusalén.
Ha llegado el momento y debo despedirme.
En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso.
Te espero en el Paraíso.