No era un fantasma quien surgió entre la niebla, sino su alma, saliéndole al encuentro para tratar de impedir lo inevitable. Barbiani no podía terminar en la cárcel junto a toda la chusma que había enchironado. No por una mujer. Introdujo la Beretta en la boca y no supo si el sabor amargo era por el cañón o por los muchos años de calle.
—Enzo ¿qué crees que haces? —dijo la voz femenina a su espalda.
—Acabar de una vez con esta mierda.