La diosa Coatlicue, madre de la muerte y de la vida, me observa. He venido a contemplarla, pero sé que sus cabezas de serpiente me miran a mí. Sus obscenas faldas de anciana lasciva, su noche espalda, su mirada ojos sin ojos capaces de penetrar los tiempos. Hembra sin edad ni pudor. Matriz y mordedura antes de que supiese de su calor. Temor de niño a madre, de hombre a madre, de viejo a madre. Ven, serpiente sabia por mí, cuando muera y muérdeme otra vez si es preciso. Ven muerte sabia, amate dibujado desde antes de los siglos. Cuando no había luz paría mi madre.