Hans Legerford había preparado meticulosamente la expedición durante varios años, estudiando cuanto se había escrito o dicho sobre aquella montaña tan alejada de Dios como de los hombres. Eso era lo que la había mantenido inconquistada y lo que la convertía en uno de los mayores retos de exploración pendientes. O tal vez sólo fuera un mito sin el menor interés científico. Pocas referencias había en los más de mil números del National Geographic sobre Uhuru Musha, la Montaña Sagrada de los Elefantes. Muchos pensaban que se trataba sólo de una leyenda Kimba y que en pleno siglo XXI un explorador debería enfocar sus esfuerzos en poner la primera huella en Marte en vez de buscar cementerios de paquidermos. Pero Hans no era un aventurero común. Era un Legerford. Y allá donde otros fracasan o se rinden él estaba dispuesto a regresar con el mayor colmillo que se haya visto nunca, como prueba. Y a jamás rebelar la ubicación exacta de Uhuru Musha.