El paso del dolor, ha de encontrarnos de rodillas en la vida…  La letra del desgarrado bolero flotaba con el humo de la cantina. Derrumbado sobre la mesa, con la mano sujetando aún medio vaso de tequila, al que había precedido toda la botella, el Chacal de Tijuana estaba solo. Así lo había exigido. Sus hombres estaban fuera, vigilando la entrada. Yo me había hecho el borracho mientras acariciaba la 22 que ocultaba bajo la chaqueta. Me acerqué, le agarré del cabello y le alcé la cabeza. Me miró con extrañeza, intentando recordar. Mientras le descerrajaba el cargador entero en el estómago, mi padre reconoció por fin sus ojos en los míos.