«Mordisqueó la aceituna negra con la que rozaba sus labios, queriendo atraparla…”  ¿o mejor una cereza? No, qué escena más vulgar, pensó Elizabeth. Había untado de miel a la protagonista y el amante le había vaciado una botella de agua con gas encima. Esto no le puede parecer erótico a nadie, se dijo. Llevaba nueve semanas y media trabajando en el guión y no iba a llegar a tiempo para la fecha de entrega. Sacó la cuartilla de la máquina y la rasgó con desesperación. Quería llorar. Abrió la nevera. Caray, esta vez no se le ocurría ni el título.